martes, 22 de abril de 2008

Ciudad de pérdidas


Un día el Alma del Mundo susurró al Errante “Lo que está afuera es más difícil de cambiar que lo que está adentro”, y así fue como el Ángel Caído entendió que el camino tenía que seguir más allá de sus risas, de sus lágrimas.

La noche estaba tranquila. El bullicio del día había dado paso a la quietud nocturna en esta gran urbe. El brillo solar en la Ciudad de los Reyes en esta temporada otoñal contrastaba con mi recuerdo del clima lúgubre de las calles de Santiago.

Dentro de pocas horas volvería a mi ciudad austral, con su clima gris pero con el calor de gente que vive a otra velocidad y con otras ideas. Lima es una ciudad de baja velocidad, en donde el caos de su servicio público de transporte caracteriza la velocidad con la cual sus habitantes pasan por la vida.

A diferencia de Santiago, Lima es una ciudad de contrastes. Sus habitantes doblemente grises, tanto por su costumbre de vestir colores oscuros aún en Verano como por el ánimo que llevan al caminar es muy diferente a la polifacética costumbre santiaguina de la combinación de colores en todo momento.

Sólo el colorido de Lima se refleja en las llamativas y luminosas propagandas de sus grupos de música popular, en donde el verde amarillo, el rosado, el naranja parpadean en las paredes de su ciudad, y la sonoridad festiva también se observa en su caótico servicio de transporte, en donde los auxiliares de los vehículos o cobradores gritan a todo pulmón sus rutas y destinos, en una competencia salvaje y desalmada.

Impresionante ciudad, en donde sin ser un país tropical hay una vocación en plantar Palmeras en sus principales avenidas y parques, donde sus habitantes degustan con voracidad intestinos vacunos sorprendiendo por su capacidad gástrica incólume.

Pero Lima es una ciudad de pérdidas, de roturas.

Este anillo que tengo en mis manos es un callado testigo de la azorosa vida limeña. Lo encontré esta noche, en el cruce la Av. Grau con la Av. Nicolás de Piérola, un lugar tan peligroso que deseé fervientemente estar en mis calles de Vitacura, seguro, tranquilo.

Allí estaba ese anillo, roto al medio, sin la piedra que la coronara. Un anillo que había perdido su sentido de ser un enlace, un compromiso con la Vida, un puente para la existencia de dos Almas.

Un anillo en que su belleza resplandeciente había dado paso a una capa gris de suciedad y olvido.
Ese anillo limeño no era ya una esperanza más. Quizás había perdido lo que atesoraba y le daba valor, lo que lo hacía brillar: la confianza, el sentimiento mutuo de respeto y de contar con su otra parte.

Lo tengo como un recuerdo, para saber que un día existió algo pero que ya partió. Los motivos de esta partida los desconozco, son un misterio. Pero siento la enseñanza que da al contemplarlo.

En Santiago sé que alguien me espera cálidamente. Sé que el anillo que llevo en la mano derecha, mi anillo y que me fue entregado hace 6 años, brilla a la distancia y es la luz que ilumina el hombro derecho de quien anhela mi retorno.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Un anillo, hace 6 años, que fuerte, me he quedado sorprendid@ sin palabras.
Ts.

Arcona dijo...

Grcis x el comentario...
A veces no interesa el tiempo, y el anillo es un simbolismo.

jajaja..y no entiendo el comentario de la sorpresa, ¿es porq encontre un anillo roto en Lima o porqe significa algo?

Qe interesante qe una cronica haga pensar.

:=)