Las gotas de lluvia caían en el parabrisas.
Sonreía, porque al menos hoy día, las lágrimas del cielo no reflejaban mi estado de ánimo.
Al contrario, me sentía alegre, muy relajado manejando por la Av. Javier Prado. Mi Honda Civic era causante de tal ánimo, y la música de Bryan Adams con sus romáticas tonadas me daban más paz y tranquilidad.
No entendía porque me habia demorado tanto en cambiar de vehículo. El Mazda azul marino tenía muchas historias nocturnas y veraniegas, pero ya era tiempo de enviarlo al depósito. Su ciclo había culminado y era tiempo de invertir en un bien, algo lujoso, pero necesario para movilizarse en una ciudad como Lima, caótica y distante.
Si Lima, ha sido, es y será una ciudad de extremos.
Ir desde Barranco hacia Carabayllo, o desde La Molina hacia La Punta es tedioso, gran consumo de tiempo y ante todo frustrante por que más allá de 100 Km/hora no se puede avanzar.
Mi pequeño Mazda, aquella máquina que un día me hizo vivir la angustia y pena por atropellar a dos pequeños Fox Terrier y escuchar los improperios de su dueña y luego sus llantos ante la muerte inevitable, también me hizo sentir el Rey del Cielo cuando con él logramos llegar a tiempo para decir NO en la boda del 2007 (el nombre no puedo publicarlo, por respeto a esa mujer casada y a su familia).
Claro, llegar a tiempo y hacer el papelón del 2007, no evito la ceremonia pero al menos la conciencia y recuerdo de haber hecho algo significativo para mis sentimientos (de esos días) son un tesorito valioso en mi mente.
Pero es tiempo de despedirse del pasado y sus recuerdos.
Hoy estoy sobre una nueva "caña".
Sé que viviré otras emociones, seré conductor de nuevas vidas, tendré compañías distintas cada semana pero ante todo sentiré poder; un poder fáctico respecto a quienes me rodean, sería mi ruido personal.