Este movimiento me está mareando - el ya no tan pequeño Ratín, comentó luego de media hora de navegación en las frías aguas de este lago azulino.
Pensé que te afectaría la altura, no el movimiento de la embarcación, le respondí.
Ambos habíamos acordado este viaje aprovechando los feriados patrios y salvo esta molestia lacustre, todo había estaba desarrollándose muy bien.
Tanto él como yo, necesitábamos salir del ruido citadino y su asfixiante carga social, que imperaba en la nueva ciudad en donde ahora residíamos por cuestiones del destino y de los hombres.
Sí en verdad, estos dias eran como elíxires reparadores.
Las noches con su manto de estrellas y con la claridad de una gran luna circular nos trasladaban a parajes imaginarios y anhelados.
Nuestras historias nocturnas, contadas en la penumbra del zaguán de esta ciudad altiplánica, nos llevaban a parajes que aún no conocíamos.
El me hablaba de la mitología griega y nórdica que le habían empezado a fascinar. El Olimpo se combinaba con el Valhalla. Las luchas entre el bien y el mal fluían en sus relatos de forma fascinante. Yo recordaba mis historias mineras, en donde el fragor de la extracción de los minerales del subsuelo se combinaban con los dioses Apus, los habitantes de la tierra, las ofrendas a pagar por oradar la tierra y el misticismo andino.
Y las aguas, también eran parte de este cantar nocturno. Las mismas aguas que lo habían agitado con sus vaivén, le habían brindado la satisfacción de pescar y de sortear las olas frías nadando para demostrar sus habilidades acuáticas.
No estábamos en el ombligo del mundo sino en las alturas altiplánicas, recordando nuestra herencia, aprovechando el tiempo y sintiéndonos en paz con nosotros para así entender la vida que estábamos llevando.
La vida es para recorrerla con la velocidad adecuada. Y esta palabra sólo encierra una verdad: es el sentir propio.
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